El amor abre las puertas al presente. Amando uno se puede sentir que forma parte de todo. Uno se siente bien. Pero el temor a perder la capacidad de amar se enfoca en muchas ocasiones sobre la persona amada. De esta manera cuando dos personas se alejan, ya no se aman, sufren porque ya no creen que puedan volver a amar.
Amar conlleva sufrir, pero el sufrimiento no parte del amor, sino de nuestro ego. En muchas ocasiones tras una relación llena de amor, pero también de sufrimiento, el sentimiento que queda es de agotamiento. Nuestro ego ha sufrido tanto..., que la posibilidad de poder volver a sentir un dolor similar hace que nos cerremos en banda.
Nuestro ego, y su creador (nuestra mente), recuerdan y proyectan, por lo tanto pueden prevenirte ante la posibilidad de un nuevo sufrimiento. De ahí que mucha gente sea incapaz de volver a amar tras una ruptura. Su mente les tiene bien prevenidos. Pero el amor, que parte del todo, del ser, no tiene tiempo. No tiene pasado ni futuro, sólo presente. Es por eso que cuando una persona es capaz de derribar el muro bajo el cual nos hallamos parapetados, somos capaces de volver a amar. Los días vuelven a teñirse en una amplia gama de colores, y todo parece más fácil. Cualquier meta alcanzable.
Por tanto, no es tan importante a quién amar, sino cómo amar. Y cuánto amar. No se puede medir, en gramos, litros, ni monedas, pero siempre hay un momento en el cual se puede elegir: amar, o temer (u odiar).
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